Hablamos de “la píldora” para referirnos a la píldora anticonceptiva. Este nombre engloba todos los anticonceptivos hormonales (anillo vaginal, parche anticonceptivo, implantes, inyecciones y los anticonceptivos en comprimidos), que tienen como base de su funcionamiento la presunta capacidad para que la mujer no ovule.
Desde los años 60 se ha popularizado y generalizado su uso partiendo del empujón que dio a su investigación la enfermera activista feminista Margaret Sanger. Fue concebido por su equipo inicialmente no sólo como un instrumento de liberación femenina, sino como un modo de reducir las poblaciones que ella (en unos escritos de corte racista y segregacionista) llama poblaciones indeseadas, como eran en Estados Unidos la población de raza negra y latinoamericana.
El Papa Pablo VI alertó (más bien profetizó) en la encíclica Humanae Vitae sobre los daños que traería la generalización de la mentalidad anticonceptiva a nivel tanto relacional como espiritual. Sorprende leer la encíclica y comprobar, punto por punto, como todas sus previsiones se han cumplido.
Pero además, ¿por qué no hablar de sus efectos en el cuerpo y en la mente?
En el cuerpo la píldora tiene un efecto impidiendo la ovulación pero también la implantación, es por tanto un efecto abortivo, puesto que impide que continúe la gestación que ya se ha iniciado, de una persona diferente a sus padres.
Provoca además problemas de aumento de peso, retención de líquidos, aumento de vello, disminución o ausencia del deseo sexual, y cada vez es mayor la relación -ya reconocida- con el cáncer de mama. Por no hablar de los efectos potencialmente graves, incluso mortales, que puede tener al facilitar y producir eventos trombóticos (como trombosis venosa profunda, embolias pulmonares e ictus). En Estados Unidos algunos laboratorios ya se han visto obligados a pagar indemnizaciones millonarias por muertes en mujeres jóvenes como consecuencia de estos fármacos.
Estas sustancias también producen cambios a nivel cerebral, habiendo sido estudiados por expertos en neurociencia. Las mujeres que toman anticonceptivos durante años ven sus cerebros transformados a semejanza de los masculinos, pierden capacidad de expresión verbal, empatía y capacidad de reconocer las emociones en otras personas. Pierden también, debido a la anulación y cambio de algunas sustancias químicas, la capacidad de elegir mejor a su pareja, debido a esta pérdida de sustancias que interaccionan entre las personas formando lo que llamamos “química” y que facilitan la afinidad e interacción entre las personas.
Añadamos a esto el que la píldora es un fármaco que no cura absolutamente nada. Lo único que hace es poner un parche, “simulando” un ciclo falso, y haciendo así creer a las mujeres que tienen una regla “regular” cuando lo cierto es que, si dejan la medicación, volverán a tener los problemas anteriores. Es una sustancia que se ha administrado para cualquier patología femenina (reglas dolorosas, endometriosis, ovario poliquístico… suma y sigue), sin tener en ninguna de ellas un papel curativo. Cuando hablamos de que no cura ninguna enfermedad siempre aparecen personas para las que parece ser una “excepción” por su situación. No lo es. Si tienes un problema de este tipo busca médicos que traten el ciclo y a la mujer de modo respetuoso, buscando las raíces de tu problema y tratándolo desde ahí.
La píldora nunca es un tratamiento.
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